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Leyenda De La Princesa Acafala
La princesa Acafala, dueña y señora de Túcume, descendiente de los primitivos soberanos de las tierras yungas, fue mujer de especial belleza y de elevadas prendas morales. Había en ella todos los atributos de la simpatía y todos los reclamos de la hermosura. Su parte esbelta, su aire distinguido, su aspecto señorial y su bondad innata, le captaban la admiración y el respeto de todos sus súbditos. Solo que ella tenía un defecto, la vanidad de su hermosura, lo que probó por haber despreciado los amores de Franquizan Bravo, cacique lambayecano y los de Ponodero, rico dueño de Motupe; quienes la pretendieron en matrimonio. Ella había rechazado estas y otras pretenciones, a tal extremo que se pudo asegurar que todos los hombres, principalmente los de la comarca, habían experimentado la misma decepción. Era que la bella princesa se amaba así misma; se sentía igual a la luna por su belleza y semejante a la Venus por su hermosura. Este pensamiento que se convirtió en palabras, llegó a oídos de los sacerdotes, los cuales ejercían la más absoluta dictadura, no solo intervenían en las cuestiones meramente rituales, sino que lo hacían en forma decisiva en los asuntos más triviales de la vida; por ello la princesa fue conminada en forma tajante a tomar estado, es decir a casarse. Acafala rechazó el mandato, porque no quería verse obligada a llevar una vida difícil y triste al lado de quien no amara, fuera de ella misma no había nadie. Por ello, en cierto amanecer, mirando a la luna deslumbrante y con la cabeza colocada en dirección de la rutilante Venus, la Princesa se envenenó con "DATURA". Su vida, como Princesa y como mujer, había terminado, pero los astros, dioses celestes y árbitros omnipotentes ordenaron el castigo por su desobediencia, convirtiéndola en estrella del mar, sin luz, sin hermosura y sin belleza; por haber pretendido igualarse a las estrellas del cielo. Asi la Princesa Acafala, fue la última de las princesas de la vanidad en las costas yungas.